viernes, 16 de octubre de 2009

Llovía Siempre. Cuándo hay silencio escucho.

Cuando llegué a casa llovía, había pasado unos meses en el que invariablemente del clima, en la noche el cielo se entristecía.
Ese día sus ojos verdes me parecieron grises, sus labios rojos me parecieron pálidos. Tal vez fue culpa de la neblina que no me permitió notar que algo estaba mal, tal vez fue mi ceguera, o mi indiferencia.
Pregunté, como todos los días, qué había de cenar, contestó fundida en la rutina. Me dirigí a la mesa cargando una sonrisa cortés en los labios, ella llevaba una mirada de pasiva indiferencia.
Intenté hacerla enfadar, “Otra vez lo mismo. Esto no sabe a nada, cuándo te olvidaste de preparar la comida, es lo único que haces!.”
Volteé a verla ansioso. En otros tiempos esto la hubiera hecho salir de sus casillas, discutir, generaríamos un nuevo tono de voz en el comedor. Ella se hubiera levantado de la silla y de mala gana me hubiera entregado el salero, luego mientras me veía sazonar se hubiera amarrado el pelo muy alto en una coleta – sabía que no me resistía a eso – dejándome ver sus hombros y su cuello. Yo hubiera cedido a sus encantos y la comida nuevamente me parecería espectacular, y lo era. Más tarde nos olvidaríamos de esto entregándonos completos.
En esta ocasión se limitó a entrecerrar los ojos y mirar a un costado. Tenía esta misma reacción habláramos del tema que habláramos.
Teníamos juntos ya 3 años, y no recordaba la última vez que la había sentido sonreír completa, tampoco cuando dejé de voltear a verla.
La noche se hizo más clara, su rostro más obscuro.
Pensé preguntarle qué le sucedía, pero la fachada llevaba ese atuendo tanto tiempo, que era tan ilógico como preguntarle a una ola por qué tiene sal.
Entonces decidí olvidarlo, recuerdo varias noches en las que decidí lo mismo. Pensé: “Mañana será mejor, mañana tendré una oportunidad diferente.”
En la cama intenté tocarla, y me quedó claro como el agua que hay distintos tipos de escalofríos, ahora era una súplica porque mantuviera mi lado.
No sabía que tenía, cómo la había perdido, cuándo y por qué. Mientras intentaba dormir la contemplaba fundida en sus sueños, que no me incluían. Yo debía saber qué fue lo que sucedió, tal vez fueron las largas jornadas de trabajo, quizás la falta de interés a sus sentimientos… yo seguramente lo sabía.
El día siguiente, pensé, lo dedicaría a encontrar la respuesta, y cambiaría todo.
Me despertó un ruido extraño. Era ella. Estaba haciendo sus maletas, unos minutos después se marchó. La intenté detener, pero no tenía ningún argumento a mi favor. Se limitó a mirarme a los ojos, caminar unos pasos, reconsiderar su partida silenciosa, y voltearse a decirme en un tono vacío de sentimientos: “Es tiempo de empezar en otro lugar”, me escuché suplicar: “Bueno sólo dime qué fue lo que hice mal?” Aceleró el paso y salió.
Ahora que hay silencio escucho que ella me lo advirtió, recuerdo que lo intentó, y veo cuantas veces lo mencionó.
La noche siguiente nuevamente llovió, sólo que el que lloraba era yo.


2 comentarios:

  1. Ah
    Qué bien manejó esto
    Quedé pegado hasta el final
    Realmente bueno

    La lluvia le trajo un sentido distinto a la noche

    Saludos !

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  2. Siempre podemos hacer de los días algo nuevo.

    Saludos.

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